Lo poco que me gusta el otoño y lo mucho que me esfuerzo para que lo haga...
Es que mira que los colores son preciosos. Pasear por el campo es un regalo para las retinas y para el alma. Puedes ir a buscar castañas, jugar a pisar hojas y recoger piñas y palitos cuquis.
Por fin se pasa el calor sofocante, que teniendo en cuenta los últimos veranos que estoy pasando, se agradece enórmemente. Ya no hace falta ir con el abanico a todas partes, ni ir resoplando ni con el pelo encrespado atado a una coleta constantemente.
Es momento de estar más en casa, aprovechar momentos en familia, disfrutar de las tardes recogidos y hora de instaurar las rutinas.
Empiezas a encender el horno sin desfallecer delante de él ni de hacer bajar a todos los santos cada vez que abres su puerta, puedes hacer pasteles, galletas y platos de cuchara que hacen que te sientas abrazada por dentro.
Y sí, hay muchas cosas bonitas en el otoño pero a mi esto de que se haga de noche taaaan pronto me tiene muerta- matá' y esto, aunque es totalmente ilógico, me echa para atrás. En fin.
El cambio respecto a los otros años que he