A mi abuelo le encantaban la peras. Únicamente se compraban cuando él venía a casa, al igual que los higos secos.
Todo un caballero, con reloj de bolsillo, su bastón y su sombrero al salir de casa y su boina en cuanto entraba por la puerta.
Realmente no lo conocí como ahora me hubiera gustado. Cosas de niños. Estaba más pendiente de mis preocupaciones, que por aquel entonces eran todo un mundo, que de acercarme a él. Supongo que estos pensamientos afloran cuando ya tienes una edad. Mientras eres adolescente, ni se te pasan por la cabeza.
Asturiano de nacimiento, vivió casi toda su vida en pequeño pueblo de Lugo, cercana a la frontera con Asturias. Una pequeña aldea en la ladera de una montaña donde mi hermana y yo hacíamos la croqueta hasta llegar al río en la parte baja. Cogíamos ranas y pececillos mientras los mayores intentaban pescar alguna trucha. Después se preparaban en la cocina de leña y todos nos calentábamos alrededor de ella. Nada de tele, ni